Y ahí es donde entra la figura del buen copiloto… o, en versión emprendedora, del buen mentor o consultor.
Un buen copiloto no está para decorar el asiento del copiloto, ni para poner la música.
Está para ayudarte a llegar antes, mejor y con ganas de seguir viajando.
Te escucha de verdad.
Antes de tocar el volante, quiere entender tu mapa, tu destino y qué paradas son imprescindibles para ti. Aquí no hay GPS improvisado: hay dirección y propósito.
Te dice lo que necesitas escuchar, incluso si eso implica avisarte de que esa ruta que tanto te gusta acaba en un callejón sin salida. Mejor una curva a tiempo que un rescate a última hora.
Elige bien los viajes en los que se sube.
Si te acompaña, es porque también haría ese recorrido. Y esa es una señal enorme de compromiso (y de que tu proyecto tiene sentido).
Llega con un plan.
Nada de “vamos viendo”. Terminas cada reunión sabiendo dónde girar, cuándo acelerar y dónde conviene parar para repostar ideas.
Conoce atajos que no salen en Google Maps.
Contactos, herramientas, oportunidades… esas carreteras secundarias que te ahorran kilómetros y dolores de cabeza.
Y, sobre todo, sabe lo que es estar en tu lugar.
Ha conducido bajo el sol, la lluvia y alguna tormenta. Ha aprendido en cada kilómetro y ahora sabe guiarte para que no tengas que repetir sus errores.
Un buen copiloto no quiere que dependas de él para siempre.
Quiere que un día tomes el volante, mires el mapa y digas: “De aquí sigo yo”.
En estrategia, como en los viajes, no se trata solo de llegar:
se trata de disfrutar el camino, aprender las rutas y no gastar gasolina en trayectos que no llevan a ningún lado.
💡 PD: Si tu proyecto vibra, pero aún no sabe a dónde va, quizá lo que necesitas no es más ruido… sino dirección.